24.7.07

Gabriela Acher, autobiografía apócrifa

Yo nací en el Uruguay, porque en ese momento quería estar al lado de mi madre.
Corría el año... (el año no lo pienso decir ni bajo tortura, así que confórmense con saber que nací).
Desde chiquitita fui una niña muy despierta. No dormía, ni dejaba dormir a nadie.
Y en eso colaboraba mucho mi hermanita mayor, que me incendiaba la cunita noche por medio.
Mis padres no eran pudientes pero a mí no me privaron de nada. Yo tuve todos los complejos que quise.
Pero mi llegada trajo alegría al hogar: al verme la cara, toda la familia lanzó una carcajada.
Desde ese momento tomé conciencia de que mi destino era hacer reír.
En la escuela fui una alumna aventajada. Aventajada por los demás.
Por aquel entonces, en el Uruguay, la televisión todavía no existía, así que mi hermanita y yo mirábamos la radio.
Por supuesto que el sexo tampoco existía. Todos nacíamos de repollos o nos traían cigüeñas de París.
La versión más revolucionaria era la de la semillita.
Pero las hermanas mayores ya existían y yo tenía una, así que me pareció la persona más indicada para informarme cómo había sido mi nacimiento.
Me dijo que no sabía, porque yo era adoptada.
Y así crecí, sanita de la cabeza, con una sólida formación acerca de mis orígenes animales, vegetales o desconocidos.
Para la hora de mi primera menstruación, el evento me tomó tan de sorpresa que creí que había llegado el momento del juicio final.
Pensé: "Esto debe ser la muerte" ( y le pegué en el palo).
Por suerte, mi santa madre me dio una exhaustiva explicación que disipó todos mis miedos. Me dijo: "Ya sos señorita".
La palabra señorita - dicha con una connotación tan seria y asociada con la sangre - me dio casi certeza de que estaba ante una enfermedad incurable.
Temblando como una hoja, le pregunté:
- Mamá, yo sé que esto no tiene cura..., ¿voy a tener que pagarlo con la vida?
Pero ella me tranquilizó y me dijo:
- Sí, querida, pero no te preocupes, que se paga en cómodas cuotas mensuales.
Por aquel entonces ya había aumentado mi popularidad. Y mi peso.
Había dejado de crecer para arriba y había empezado a crecer para afuera.
Los primeros en notarlo fueron los varones de mi colegio y, gracias a ellos, se podría decir que empezó mi carrera. Tratando de escapar cuando me corrían por toda la escuela hasta que me encontraba con mi madre, que -indignada por lo que veía- me corría a patadas hasta mi casa.
Me sentía tan incomprendida y desesperada de la vida, que recurrí a mi hermana en busca de ayuda. Pensé que era la persona indicada para aconsejarme porque en ese momento estudiaba filosofía.
Sostuvimos largas charlas en las que ella me demostraba que yo no existía.
Comprendí que estaba sola en el mundo.
Que mi único contacto con la realidad era la fantasía.
Las horas que pasaba en el cine de barrio gozando con el sufrimiento ajeno.
Fue en ese entonces cuando el Arte llamó a mi puerta.
¡Le abrió mi hermana y le dijo que yo no estaba!
Sentí que tenía tanta mala suerte que el día que fuera famosa no se iba a enterar nadie.
Decidí cambiar.
Si Mahoma no va para allá... ¡que venga para acá!
Tendré una nueva vida, trabajaré, seré independiente.
Decidí que ya era hora y, aunque estaba muerta de miedo... ¡me fui de mi casa!
A los quince días, cuando mis padres notaron mi ausencia, la casa se convirtió en un caos. Finalmente, mi hermana se hizo cargo de la situación y calmó los ánimos con una propuesta que tranquilizó a toda la familia:
¡Cambiaron la cerradura!

Crónicas femeninas por Gabriela Acher
Revista Selecciones, abril 2007

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Teresita

He leido con regocijo y gran placer la autobiografia apocrifa de Gabriela Acher. Regocijo y placer al leer un texto inteligente, divertido, hilarante y amoroso.

Es un gusto conocerte a traves de este medio. Pero es mas grande el agradecimiento que deseo expresarte por compartir con otras personas el gran tesoro de la risa, la alegria y el amor.

Gracias por este momento de paz que me han brindado. Benditas sean, Teresita y Gabriela, por siempre y donde se encuentren, donde vayan y donde hagan reir.

Un abrazo y un beso.

Piolo
piobox@muchomail.com

Teresita Acosta Martínez dijo...

Piolo:
Sí en verdad es un texto excelente, de los mejores que he leído de Gabriela Acher.
Una humorista para rescatar y tener en cuenta, una mujer que puede reírse de si misma y hacernos reír.
Y ésta una biografía para compartir...