Sentado
en penumbras saboreaba un delicioso vino añejo, de tanto en tanto
removía el líquido en la copa mientras miraba el color rubí y los
destellos que provocaba en el cristal, sentía embriagarse con el
delicado aroma que despedía y cerraba los ojos para disfrutarlo.
Estaba en un estado de sopor donde las imágenes pasaban ante sus
ojos como en una película y él podía sentir que estaba allí y
hasta palparlas. Sin embargo cuando se acercaba para hacerlo sus ojos
se abrían involuntariamente y se perdían en las tinieblas.
Ya
estaba oscuro, hacía un par de horas que había caído la tarde y no
había encendido las luces, no quería hacerlo, tal vez si apretaba
fuertemente sus párpados retomaría una vez más el sueño. Había
perdido la noción del tiempo, no sabía si hacía unos minutos o ya
horas que estaba sentado en el mismo sillón, se movía para
acomodarse un poco, para apoyar o tomar nuevamente la copa y beber un
sorbo, a su lado en una mesita, la botella descorchada esperaba a ser
servida nuevamente quizá hasta la última gota.
La
bebida había sido guardada en un rincón del armario para una
ocasión especial que nunca había llegado, cada vez que se
presentaba un motivo para festejar aguardaban al siguiente y así
habían pasado los años sin encontrar el momento ideal.
Ahora
ella no estaba y él sentía que era un poco egoísta beber solo pero
sabía bien que si dejaba pasar el tiempo tal vez nunca pudiera
hacerlo, lamentablemente era demasiado tarde, ya no lo podía
compartir y ese día sin que nada lo justificara se había decidido
al fin.
Tal
vez faltaba poco para encontrarse, después de todo él ya estaba
bastante viejo y enfermo, además se sentía cansado y solo sin tener
nada que lo retuviera allí. No habían podido tener hijos y se
habían dedicado el uno al otro a tiempo completo hasta que la muerte
traicionera los separó sorpresivamente.
Hacía
tiempo que no tomaba alcohol y ese día se propuso hacerlo para
olvidar las penas, para escapar de su presente aciago y porqué no
para despedirse. También bebió por los buenos momentos, por la vida
que le había sonreído bastante y por ella que lo acompañaba
permanentemente sin importar donde estuviera.
Cerró
nuevamente los ojos para volverla a ver, hasta le pareció escuchar
su voz que le decía que estaba todo bien. Se abrió un camino de luz
resplandeciente y sintió una mano que lo tomaba para guiarlo y él
se dejaba llevar por esos vericuetos donde revivía los momentos más
felices de su historia.
La
descubrió en el parque donde la conoció hacía más de sesenta
años, en la iglesia donde se casaron jurándose un amor que los
sostuvo durante tanto tiempo, en los pequeños quehaceres cotidianos,
en las tardes que caminaban por el prado tomados de la mano, en las
escapadas que hacían cada vez que el tiempo se los permitía, en las
rutas que recorrieron, en los paisajes que descubrieron, en el hobby
de la fotografía que los unía, en los albores y atardeceres que
compartían.
Lo
impregnaron los olores y sabores de los guisos y pasteles que solían
preparar, sintió el crepitar del fuego del hogar, se acurrucó en el
sillón y la abrazó sintiendo que lo envolvía la tibieza de su
piel, recordó sus suaves besos y en su boca se dibujó una sonrisa.
Cuando
volvió a abrir los ojos supo que tomaría un trago más para brindar
por el amor que los trascendía.
Tere
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