9.9.19

Un trago más

Sentado en penumbras saboreaba un delicioso vino añejo, de tanto en tanto removía el líquido en la copa mientras miraba el color rubí y los destellos que provocaba en el cristal, sentía embriagarse con el delicado aroma que despedía y cerraba los ojos para disfrutarlo. Estaba en un estado de sopor donde las imágenes pasaban ante sus ojos como en una película y él podía sentir que estaba allí y hasta palparlas. Sin embargo cuando se acercaba para hacerlo sus ojos se abrían involuntariamente y se perdían en las tinieblas.
Ya estaba oscuro, hacía un par de horas que había caído la tarde y no había encendido las luces, no quería hacerlo, tal vez si apretaba fuertemente sus párpados retomaría una vez más el sueño. Había perdido la noción del tiempo, no sabía si hacía unos minutos o ya horas que estaba sentado en el mismo sillón, se movía para acomodarse un poco, para apoyar o tomar nuevamente la copa y beber un sorbo, a su lado en una mesita, la botella descorchada esperaba a ser servida nuevamente quizá hasta la última gota.
La bebida había sido guardada en un rincón del armario para una ocasión especial que nunca había llegado, cada vez que se presentaba un motivo para festejar aguardaban al siguiente y así habían pasado los años sin encontrar el momento ideal.
Ahora ella no estaba y él sentía que era un poco egoísta beber solo pero sabía bien que si dejaba pasar el tiempo tal vez nunca pudiera hacerlo, lamentablemente era demasiado tarde, ya no lo podía compartir y ese día sin que nada lo justificara se había decidido al fin.
Tal vez faltaba poco para encontrarse, después de todo él ya estaba bastante viejo y enfermo, además se sentía cansado y solo sin tener nada que lo retuviera allí. No habían podido tener hijos y se habían dedicado el uno al otro a tiempo completo hasta que la muerte traicionera los separó sorpresivamente.
Hacía tiempo que no tomaba alcohol y ese día se propuso hacerlo para olvidar las penas, para escapar de su presente aciago y porqué no para despedirse. También bebió por los buenos momentos, por la vida que le había sonreído bastante y por ella que lo acompañaba permanentemente sin importar donde estuviera.
Cerró nuevamente los ojos para volverla a ver, hasta le pareció escuchar su voz que le decía que estaba todo bien. Se abrió un camino de luz resplandeciente y sintió una mano que lo tomaba para guiarlo y él se dejaba llevar por esos vericuetos donde revivía los momentos más felices de su historia.
La descubrió en el parque donde la conoció hacía más de sesenta años, en la iglesia donde se casaron jurándose un amor que los sostuvo durante tanto tiempo, en los pequeños quehaceres cotidianos, en las tardes que caminaban por el prado tomados de la mano, en las escapadas que hacían cada vez que el tiempo se los permitía, en las rutas que recorrieron, en los paisajes que descubrieron, en el hobby de la fotografía que los unía, en los albores y atardeceres que compartían.
Lo impregnaron los olores y sabores de los guisos y pasteles que solían preparar, sintió el crepitar del fuego del hogar, se acurrucó en el sillón y la abrazó sintiendo que lo envolvía la tibieza de su piel, recordó sus suaves besos y en su boca se dibujó una sonrisa.
Cuando volvió a abrir los ojos supo que tomaría un trago más para brindar por el amor que los trascendía.
Tere






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