24.6.19

Una noche para no olvidar

Amaneció acurrucada en un oscuro rincón de un gran salón. El helado piso de mármol la hizo tiritar, se refregó las manos todavía dormidas para entrar en calor y atenuar los escalofríos que recorrían su cuerpo.
Abrió lentamente sus ojos, acostumbrándose a la penumbra, estiró sus piernas y brazos, fue incorporándose hasta erguirse completamente y salió de su refugio a caminar.
Miró a su alrededor tratando de ubicarse todavía, se sentía perdida como en un laberinto de sombrío color. Buscó la luz tenue que se filtraba entre los postigos para encontrar un camino posible hacia la salida.
Avanzó paso a paso intentando descubrir el lugar en el que se había perdido la tarde anterior, los rostros desde los óleos parecían seguirla con sus miradas amenazantes.
Había pasado muy mala noche, deambulando desesperada por el enorme lugar sin saber qué hacer hasta que el sueño la venció, se acomodó donde pudo para intentar dormir un poco y lograr que las horas no fueran tan largas.
Entre el miedo y el frío que ganó el lugar su cuerpo no paraba de temblar, apretó sus ojos para forzar el descanso y creyó por momentos lograrlo. Se sintió confundida, no sabía si estaba despierta o soñando. Escuchaba sonidos, murmullos que la alteraban, muebles que posiblemente se arrastraban y el viento que se colaba parecía rugir embravecido.
La noche había sido interminable, ya había perdido la cuenta de las horas que llevaba encerrada desde el cierre del museo. Su sorpresa fue mayúscula cuando alcanzó la puerta de entrada y notó que estaba firmemente cerrada, tironeó una y otra vez del pestillo que no cedía, gritó con todas sus fuerzas y sólo le respondió su propio eco. Golpeó desesperada puertas y ventanas hasta quedar agotada, nadie parecía escucharla.
Tomó aire y trató de relajarse para poder pensar, la desesperación no la iba a llevar a ningún lado, entonces abrió su cartera para agarrar el celular y pedir auxilio, no lo encontró y tiró todas sus cosas al piso para poder buscarlo tanteando entre los cachivaches que solía guardar, pero no estaba. Sintió que las piernas flaqueaban, que le ganaba la angustia y un grito ahogado surgió de sus entrañas.
Pasaron horas o tal vez interminables minutos caminando a uno y otro lado, tanteando, tratando de buscar una salida, una abertura que le permitiera escapar, un hilo de luz que le permitiera ver algo, orientarse, pero debió darse por vencida sabiendo que debería esperar hasta las once horas de la mañana siguiente cuando el Museo Nacional de Bellas Artes abriera sus puertas al público.
Se preguntaba porqué no habían sonado las alarmas con sus movimientos, cómo nadie se había ocupado de evacuar el edificio cuando hubo un corte de luz, porqué no había un sereno o guardia a quien recurrir. No sabía, no podía imaginar, que el cierre prematuro, el corte de luz y de las alarmas del edificio habían sido intencionales y que esa noche no era la única que se encontraba allí entre costosas obras de arte.
Menos aún podía intuir que iba a quedar atrapada en un gran escándalo cuando se descubriera el robo del año y la citaran como testigo. Seguramente no iba a olvidar nunca ese 16 de marzo de 2013, ni olvidaría ya llevar consigo el celular, así como tampoco la dirección exacta de los acontecimientos Av. del Libertador 1473 a pocos pasos de Av Pueyrredón.
Tere

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