Amaneció
acurrucada en un oscuro rincón de un gran salón. El helado piso de
mármol la hizo tiritar, se refregó las manos todavía dormidas para
entrar en calor y atenuar los escalofríos que recorrían su cuerpo.
Abrió
lentamente sus ojos, acostumbrándose a la penumbra, estiró sus
piernas y brazos, fue incorporándose hasta erguirse completamente y
salió de su refugio a caminar.
Miró
a su alrededor tratando de ubicarse todavía, se sentía perdida como
en un laberinto de sombrío color. Buscó la luz tenue que se
filtraba entre los postigos para encontrar un camino posible hacia la
salida.
Avanzó
paso a paso intentando descubrir el lugar en el que se había perdido
la tarde anterior, los rostros desde los óleos parecían seguirla
con sus miradas amenazantes.
Había
pasado muy mala noche, deambulando desesperada por el enorme lugar
sin saber qué hacer hasta que el sueño la venció, se acomodó
donde pudo para intentar dormir un poco y lograr que las horas no
fueran tan largas.
Entre
el miedo y el frío que ganó el lugar su cuerpo no paraba de
temblar, apretó sus ojos para forzar el descanso y creyó por
momentos lograrlo. Se sintió confundida, no sabía si estaba
despierta o soñando. Escuchaba sonidos, murmullos que la alteraban,
muebles que posiblemente se arrastraban y el viento que se colaba
parecía rugir embravecido.
La
noche había sido interminable, ya había perdido la cuenta de las
horas que llevaba encerrada desde el cierre del museo. Su sorpresa
fue mayúscula cuando alcanzó la puerta de entrada y notó que
estaba firmemente cerrada, tironeó una y otra vez del pestillo que
no cedía, gritó con todas sus fuerzas y sólo le respondió su
propio eco. Golpeó desesperada puertas y ventanas hasta quedar
agotada, nadie parecía escucharla.
Tomó
aire y trató de relajarse para poder pensar, la desesperación no la
iba a llevar a ningún lado, entonces abrió su cartera para agarrar
el celular y pedir auxilio, no lo encontró y tiró todas sus cosas
al piso para poder buscarlo tanteando entre los cachivaches que solía
guardar, pero no estaba. Sintió que las piernas flaqueaban, que le
ganaba la angustia y un grito ahogado surgió de sus entrañas.
Pasaron
horas o tal vez interminables minutos caminando a uno y otro lado,
tanteando, tratando de buscar una salida, una abertura que le
permitiera escapar, un hilo de luz que le permitiera ver algo,
orientarse, pero debió darse por vencida sabiendo que debería
esperar hasta las once horas de la mañana siguiente cuando el Museo
Nacional de Bellas Artes abriera sus puertas al público.
Se
preguntaba porqué no habían sonado las alarmas con sus movimientos,
cómo nadie se había ocupado de evacuar el edificio cuando hubo un
corte de luz, porqué no había un sereno o guardia a quien recurrir.
No sabía, no podía imaginar, que el cierre prematuro, el corte de
luz y de las alarmas del edificio habían sido intencionales y que
esa noche no era la única que se encontraba allí entre costosas
obras de arte.
Menos
aún podía intuir que iba a quedar atrapada en un gran escándalo
cuando se descubriera el robo del año y la citaran como testigo.
Seguramente no iba a olvidar nunca ese 16 de marzo de 2013, ni
olvidaría ya llevar consigo el celular, así como tampoco la
dirección exacta de los acontecimientos Av. del Libertador 1473 a
pocos pasos de Av Pueyrredón.
Tere
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