Lo encontró en un rincón de la cocina y lo guardó inmediatamente en el último cajón de la alacena. Limpió la mesada y el piso con agua y jabón y se refregó a conciencia las manos pringosas.
Salió al patio a fumar en forma compulsiva mientras trataba de contener las lágrimas que pugnaban por escapar y se sujetaba las manos que temblaban involuntariamente.
A la noche no podía pegar un ojo, el rostro de su amante se le aparecia al cerrar los párpados y el vacío de su mirada la apuñalaba.
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